Dicen los más antiguos del lugar que Camelot fue construida por un rey de las hadas y por sus reinas, que crearon la ciudad con el sonido de su música y que aun, a veces, cuando la tarde cae serena, puede oírse un arpa a lo lejos entre las murallas de piedra.
No sé si esto es o no cierto, pero la ciudad que se alza en medio de la llanura que se abre ante mis ojos, en lo alto de una colina boscosa, tiene algo de irreal en su contorno. Ha llovido esta noche y esta mañana, el sol apenas ha tenido fuerza para atravesar la capa de nubes que se erige como una coraza sobre la carretera de tierra y el río que lleva a la isla de Shalott. Un viento frío sacude los matorrales y las copas de los sauces y los álamos que crecen en los márgenes del río se mueven con la brisa, como si bailaran.
Me acerco caminando. La carretera está tremendamente transitada a pesar del frío. Muchachas con enormes cestas llenas de verdura que van al mercado se cruzan con pajes de cabellos largos que vuelven de hacer mandados a sus señores. Pastores con sus rebaños acortan camino hacia el río. Pasa incluso un clérigo con la cara marcada de arañas vasculares a lomos de un burro.
Oigo sonar una trompeta en las Torres de la ciudad. El cielo y la tierra se funden en un horizonte arañado por almenas, agujas y chapiteles. A medida que me acerco, la piedra se va tiñendo de color por los estandartes. Vuelvo a oír sonar la trompeta. Los campesinos del camino se hacen rápidamente a un lado. Los miro, intrigada, hasta que me doy cuenta de que la trompeta anuncia la salida de una cabalgata de caballeros que descienden veloces hacia mí por el sinuoso camino que enlaza la salida de Camelot con la carretera. Me aparto apresuradamente. Pasan a mi lado como una exhalación. Ninguno se digna a mirarme. Pero yo sí que los miro. Son un espectáculo digno de admirar, cabalgando en parejas, con Arturo al frente, haciendo ondear sus coloridas banderas. Lanzarote. Galahad. Modred. Percival.Sé sus nombres desde pequeña. En un caballo blanco, un poco apartado de ellos, les sigue un anciano vestido con ropajes negros y un gorro en el que, a pesar de la escasa luz del sol, brillan las estrellas. Merlín.
Cuando el sonido de los cascos se ha diluido en el polvo del camino, oigo la música. Por un momento creo posible que los antiguos tengan razón. Casi espero ver a las hadas tocar sus arpas al traspasar la enorme puerta tallada. En la piedra, hay elfos y dragones, tan finamente esculpidos que parecen pintados. Pero no. La música parte de un trovador que está en medio del patio. Su sonido se mezcla con las voces de las personas que recorren las empinadas calles que ascienden en espiral hasta donde se pierde la vista. Y con el ruido de las fraguas en las que los herreros trabajan. El centinela de la puerta me mira, pero no me detiene. No debo parecer peligrosa.
Camino hacia el centro de la ciudad. Hacia el castillo, donde me han dicho que está el Gran Salón de Arturo, con su famosa mesa redonda. No puedo irme sin verla. Sonrío al recordar la historia. La cena de Navidad que casi termina en matanza porque los caballeros se peleaban por sentarse en la cabecera de la mesa. Con una mesa redonda, todos eran iguales. Incluso el rey. Me escurro entre las sombras hasta llegar al salón. A lo largo de la pared, los escudos tallados en la piedra cuentan la historia de esos caballeros que acabo de ver salir de la ciudad hace nada. El escudo de Gawain es llamativo y recargado. El de Modred está tan vacío como su corazón. El techo abovedado es tan alto que apenas se distingue la bóveda en la oscuridad que me rodea.
Levanto la cámara para sacar la foto que me llevaré de vuelta a casa. El flash ilumina la bóveda de madera con dibujos de hojas entrelazadas en la madera. Vuelvo a disparar hacia la mesa, cuidando que el marco de la cámara englobe todos los sitiales de madera.
Oigo pasos que se acercan apresuradamente por el pasillo. La luz del flash debe haber alertado a los sirvientes. Pero no pasa nada. La sensación desagradable en la boca del estómago que precede a los viajes temporales me invade y Camelot desaparece para ser sustituida por el interior de la máquina del tiempo cuyos planos encontré en aquella subasta entre las cosas de una tal señora Watchett .