5 características que tiene que tener la novela de fantasía juvenil para ser un éxito

El éxito de un best-seller es como una pompa de jabón: frágil. Vuela muy alto, llevada por el viento y moviéndose en el aire con colores brillantes, pero en cuanto se tropieza con el mínimo obstáculo, se rompe enseguida. 
En la vida de un escritor de Fantasía, el objetivo no es redactar un gran best-seller, sino conseguir escribir muchos long-sellers: libros que vayan de boca en boca y que se vendan de forma constante durante muchos años. 
Este verano he tenido tiempo, entre otras muchas cosas, para leer fantasía juvenil. Y me he dado cuenta (¡Sí! ¡He descubierto la pólvora!) que los libros long-sellers de fantasía juvenil tienen muchas cosas en común. Y que, concretamente, cinco de esas características aparecen en todos ellos. Digo yo que por algo será. 

Pero también he tenido tiempo para releer —me encanta la relectura: el libro cambia conmigo y es otro libro el que releo, aunque el placer que me proporciona su lectura ya sea conocido— algunos otros. Entre ellos, el que es para mí una de las mejores obras de Fantasía juvenil de todos los tiempos: 
La historia interminable, de Michael Ende. 
Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado…

Quien nunca haya leído en secreto a la luz de una linterna bajo la manta, porque Papá o Mamá o alguna otra persona solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, porque mañana habrá que levantarse tempranito…

Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa, acababa y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecía vacía y sin sentido…

…no podrá comprender probablemente por qué he decidido que ese libro, en concreto, me sirva hoy como base para inaugurar la nueva temporada de “EL Fogón”. 
Pero si estás aquí, tú sí que has pasado por todo eso. 
Bienvenido al Fogón de nuevo. 
Y a mi café de los sábados con recomendaciones literarias y para escritores. 
Bienvenidos a Fantasia (al releerlo me he dado cuenta de que no llevaba acento). 
Os voy a contar hoy las…

5 características que tiene que tener una novela de fantasía juvenil para que sea un éxito


Y con lo de humano no me refiero a “humano” de raza. Ahí tenéis a Seraphina, que sigue siendo una protagonista genial y no es humana (o no del todo). Con lo de “humano”, me refiero a un protagonista con el que podamos empatizar. Y no empatizamos con alguien perfecto. Seraphina tiene debilidades y fortalezas. Mete la pata y se deja llevar por sus instintos, en ocasiones sin razonar (Ella que lo razona todo). Llora, ama, tiene frío y hambre, le duele el pecho al correr. Es humana en toda su extensión, a pesar de sus escamas. 
Podemos, en otras palabras, meternos en la piel de Seraphina y sentir la historia con ella. 
De la misma manera, entramos en Fantasía y aprendemos a movernos en ella con Bastián, un “muchacho pequeño y francamente gordo, de unos diez u once años” al que conocemos huyendo de los abusones del colegio. 
O entramos en la ciudad inquietante de Rocaravancolia (en “La cosecha de Samhein” de José Antonio Cotrina) de la mano de Héctor, un adolescente gordito y cobarde. 
Incluso Supermán tenía la kryptonita. 

Una de las cosas que define la literatura juvenil es la edad de sus protagonistas. (El resto de la definición ya la discutimos en su momento) , así que es muy frecuente encontrar protagonistas adolescentes en las novelas de fantasía juvenil. Pero una de las cosas que frecuentemente olvidan los autores es que su protagonista tiene que ser coherente con la edad que tiene. 
¿Realmente alguien piensa que Percy Jackson —que tiene doce años al inicio de la saga— es coherente con su edad? En cambio, Harry Potter está insoportable en el tomo de los 15 años. Como debe ser con la revolución hormonal a cuestas, por mucho que Voldemort te persiga. Ese es el verdadero triunfo de JK Rowling: construir un personaje —Harry— acorde a su edad en cada tomo. 
Mientras estaba sentado en el retrete, pensó en por qué los héroes de las historias como aquellas no tenían nunca problemas de esa clase. 


Escribir una novela es como meterse en el mar un día de invierno. O lo haces poco a poco o no te metes. Porque de nada sirve que sepultes al lector con miles de datos de ese worldbuilding maravilloso que has creado. Le vas a asustar y va a querer salir huyendo. 
No hubiera servido de nada que la Emperatriz Infantil le hubiera contado a Bastián en el primer capítulo de “La historia interminable” que lo necesitaba. Bastián no la hubiera creído. Era imprescindible que fuera conociendo el mundo de Fantasia a espaldas de Atreyu, que sufriera con él en el Pantano de la Tristeza, que conociera lo que era surcar el aire con Fújur después de que casi se le arrebatara la vida en la tela de Ygramul. 
De la misma forma, tu protagonista debe cargar a hombros a tu lector. Si tu protagonista no conoce el mundo en el que se adentra, es más sencillo hacer esto. Varios son los ejemplos que puedo ponerte dentro del campo de la Fantasía Juvenil, desde Harry Potter que nada conocía del mundo de los magos hasta la protagonista de Cazadores de sombras, Clary, ignorante completa de quién era su madre y su padre, pasando por Percy Jackson o por  Héctor de “El ciclo de la luna roja”, entre otros. 
Todos ellos son el Atreyu que se carga a sus hombros al lector para que recorra con él el mundo de Fantasia. 

Él no está todavía en nuestro mundo. Pero nuestros mundos están tan próximos que pudimos vernos, porque, por el tiempo de un suspiro, el delgado muro que aún nos separa se hizo transparente.
Hayas decidido lo que hayas decidido, ya sea escribir fantasía urbana o paranormal o romántica, el subgénero que sea, las reglas de la magia y el entorno deben ser coherentes. Ya comentamos lo realmente genial que es Brandon Sanderson en la construcción de las reglas de la magia. Si nuestro protagonista puede transformarse en dragón, como es el caso de Zack (de “Leyendas de la Tierra Límite”) debe tener limitaciones o perder algo con ello. 
Un personaje que cabalga entre dos razas debe conservar elementos de ambas. Si tenemos un protagonista que puede convertirse en vampiro, debe conservar el ansia por beber sangre que caracteriza a la raza. De la misma manera que, cuando usamos personajes de la mitología, debemos respetar las características conocidas por todos, aunque luego pueden retorcerse a gusto del consumidor para conseguir un producto más original. Como hace Rick Riordan con la mitología griega y ahora, con la vikinga. 

Sí, aunque alguien me grite. Es verdad que esta última no es imprescindible, pero el amor mueve montañas. Y, aunque no digo que el amor sea el elemento fundamental de la trama, un romance siempre le aporta algo de pimienta al guiso de nuestra novela. 
Os juro que seguí leyendo la saga de Cazadores de sombras para ver cómo terminaban Jace y Clary. 
De la misma manera, creo que este punto fue el que convirtió a Crepúsculo en un éxito de ventas y, a la larga, aunque nos cueste reconocerlo, en un long-seller que lleva 11 años vendiéndose. 
Sin embargo, el romance no debe ser sencillo. Tiene que tener su conflicto de la misma manera que la trama principal tiene el suyo. Memorias de Idhún no sería lo mismo sin su triángulo amoroso, a pesar de lo que rechinan de él sus detractores. 
La trama romántica no debe prevalecer sobre la aventura, sino ir de la mano, como buenos amantes. 
Sin embargo, si tu trama romántica no encaja con el esquema general de la novela, no la metas con calzador…¿alguien se cree la historia de amor entre Harry Potter y Ginny Weasley? 
Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión. 

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