Los escritores somos humanos. Pecadores. Por eso es tan importante que exista la figura del corrector, para que –como buen sacerdote– nos absuelva de nuestros pecados y nos enseñe la senda correcta. Mejor –además–si ese corrector es totalmente independiente de lo que tiene que venderse después. Para que evite contaminarse.
Yo he tropezado en todas las piedras. No iba a ser menos. Esto que os traigo hoy son los
Hace muy poco, hice de lector cero de un amigo escritor. Había escrito una novela de ciencia-ficción que partía de una premisa original y con una trama bastante interesante. Cuando le dio a leer el borrador a su mujer, ésta le dijo: “Pero ¿no has metido ninguna escena de sexo?”. Resultado, la novela-borrador tenía en medio del meollo escenas muy subidas de tono que no casaban con el planteamiento global. Cincuenta sombras de Grey ha hecho mucho daño en el mundo literario.
A veces es mucho mejor sugerir que describir el sexo implícito. En ocasiones, hay líneas que los lectores de Fantasía no quieren cruzar. A menos que seas George R.R. Martin y sea todo un totum revolutum.
La descripción de los platos que nuestros protagonistas están comiendo durante líneas y líneas no aporta nada a la historia aunque haga salivar al lector. En mi caso, me gusta cocinar y me gusta comer, así que Guil –el protagonista, que, para más inri, es cocinero– pasaba páginas y páginas cocinando platos deliciosos. ¿Quién no se enamoraría de un tipo así? Pues mi corrector no lo hizo. “No aporta nada a la historia como un tipo corta verduras. Fuera”.
Vale, en éste –a lo mejor– no he pecado. Aunque algún lector me acusó al principio de querer monetizar mis escritos (¿Hay algo malo en querer vivir de lo que escribes?). La avaricia es lo que le pasa, por ejemplo, a la saga de “La Selección” de Kiera Cass. Da la sensación de haber sido en sus inicios una novela autoconclusiva muy buena que la autora se empeñó en estirar y que creo que va por su ¿octavo? libro sobre el mismo tema.
Cuando escribimos hacemos un contrato virtual con nuestros lectores. Ellos empiezan una saga con nosotros y, aunque no está escrito en ningún lado, debes terminarla. O perderán la confianza en ti y no te volverá a leer ni tu madre. A mí, en concreto, me daba mucha pereza terminar la saga de
El blog de la doctora Jomeini porque la primera parte estaba en manos de la editorial Nowtilus y no podía moverla sin contar con ellos para todo. Pero no podía dejar la historia inconclusa. Por eso, publiqué
Planes de boda. No son los cuatro libros prometidos, pero al menos la historia tiene un final. Si alguna vez recupero mis derechos sobre la novela, prometo revisarla y hacer un libro completo con los cuatro años de la doctora Jomeini. Sin pereza.
Ira
Hay una variante de la Fantasía que toma la ira como bastón. Es la Fantasía Grimdark. No solo se nos mueren los personajes, sino que lo hacen de forma violenta, llevando al lector a sentir sus heridas sobre la piel. A eso, concretamente, me refiero cuando hablo del gusto por “revolcarse en los inmundo” de Pierce Brown.
En mi caso, mi madre tuvo que frenarme en Leyendas de la Tierra Límite para que no siguiera matando a gente. Me salió la vena sádica, qué se le va a hacer.
Envidia
Creo que es el pecado de cualquier escritor por excelencia. He pasado horas con amigos escritores en las que de lo único que hablaban era de lo increíble que era que le publicaran a otro “esa mierda” cuando él lo hacía mejor. Independientemente de lo bueno que sea tu libro o no, hay algo más en juego. La suerte. Que los lectores te conozcan y consigas conectar con ellos. Que tu libro vaya de boca en boca. Que te haya caído en gracia una buena portada (
El ilustrador es muy importante).
Alicia me enseñó que los demás escritores no son competencia. Son aliados. Y no puedo decir que no he pecado. Lo que daría por escribir como
Cotrina…
Soberbia
Tal vez el mayor pecado de todo escritor. Los lectores se sorprenden cuando me envían algo que no les ha gustado de una de mis novelas y les doy las gracias por decírmelo. Eso no quiere decir que al principio no me sentara mal. Una tiene su corazoncito soberbio. Pero he aprendido que si alguien piensa que una cosa (una frase, una explicación, una escena) no cuadra es por algo y siempre lo reviso. He aprendido mucho de esta manera y sé que me queda mucho por aprender. Algunos de mis mayores críticos del pasado son ahora de mis lectores habituales, gracias a que les hice caso.
Por otro lado, muchos autores prefieren que su nombre sea conocido y estar en todas las librerías a tomar el control de su producción y autopublicarse. En parte es por orgullo. Si no estás publicado por una editorial, no eres “escritor de verdad”. Pero el orgullo no da de comer y yo creo que el escritor de verdad es el que cotiza a Hacienda por sus libros, ni más ni menos.
Confiesa, pecador
¿Cuál de estos has cometido?