A todos los literaturoadictos nos encantaría poder devorar un libro de principio a fin, sin descansar. Sumergirnos en la historia y perdernos en ella, sin tener en cuenta horarios ni obligaciones. Pero, desgraciadamente, hay veces en las que la vida real impone su presencia. Y no nos queda más remedio que dejar la lectura para más tarde. Para no perdernos y retomar el hilo exacto de la narración, como si fueran las miguitas de pan de Pulgarcito, están los marcapáginas.
Un marcapáginas no es otra cosa que un objeto de poco grosor, generalmente de cinta, cartulina o papel, que se coloca entre las páginas de un libro para marcar por dónde nos quedamos. Porque -aunque yo lo hago, lo confieso- no hay nada más feo que doblar la página del libro.
La historia de los marcapáginas va de la mano de la del libro. El primer marcapáginas del que se tiene constancia data de 1584. Se trataba de una cinta de seda terminada en una borla dorada que fue incluida en una Biblia regalada a la Reina Isabel de Inglaterra por el impresor Christopher Baker como agradecimiento por haberle concedido la exclusividad de la impresión de biblias.
En los siglos XVIII y XIX, raro era el libro que no tenía marcapáginas, entendiéndose como tal una cinta estrecha de seda o de raso, cuyo extremo superior era atado al lomo y el inferior sobresalía del mismo. A mediados del siglo XIX (la primera referencia la tenemos en 1852, en uno de los escritos de Mary Russell Mitford), se pusieron de moda los marcapáginas sueltos. Y aparecieron, por lo tanto, las primeras colecciones.
Hasta 1880, los marcapáginas estaban hechos generalmente de seda. Se denominaban “Stevengraphs” porque los fabricaba Thomas Stevens, que diseñaba un marcapáginas especial para cada acontecimiento, con lo que eran un regalo tremendamente apreciado por los victorianos. Conforme se fueron vendiendo más libros, el marcapáginas se transformó y aparecieron los primeros modelos en papel y cartón a finales del siglo XIX. Los publicistas, muy cucos ellos, enseguida vieron los beneficios y raro es el marcapáginas de esta época que no lleva impreso un anuncio de medicinas, jabón o comidas.
La propaganda fue especialmente agresiva en el periodo de entreguerras. Pero pasado 1945, el marcapáginas empezó tímidamente a aparecer hecho con materiales más duraderos (plata, por ejemplo) buscando su durabilidad. Con la llegada de los años 60, la creatividad tomó el asalto. Los marcapáginas se hicieron de plástico, de metal, de concha, de cuero, de ganchillo…enriqueciendo las colecciones existentes.
Mi madre, que es coleccionadicta, entre sus muchas colecciones, tiene una de marcapáginas. Los hay muy curiosos, como, por ejemplo, unos de nácar traídos de China, pero a mí me encantan los DIY. En esta página os he puesto varios ejemplos extraídos de Pinterest. Si pincháis en cada uno de ellos, obtendréis el post de donde ha salido la foto. El último y, por lo tanto la idea de hablar de los marcapáginas lo hicieron mis hijos en el último taller Kiriko de la librería La Isla (se reúnen el último sábado de cada mes para hacer actividades de fomento a la lectura para niños). Es realmente divertido.