Una de mis mejores lecturas de fantasía juvenil del año pasado fue la primera parte de La segunda revolución, de Costa Alcalá. Hace muy pocos días he terminado la trilogía con una sensación agridulce: la de habérmelo pasado divinamente leyéndolo combinada con la sensación desgarradora de que tenía que despedirme de unos personajes a los que les he cogido mucho cariño.
Por eso, y sin spoilers, voy a convencerte para que tú te la leas. Porque me encantaría hacer una lectura conjunta y releer la trilogía completa de La segunda revolución con más gente. Pero sobre todo porque necesito llevarte de la mano a Blyd y que lo conozcas por ti mismo.
¿Por qué tenemos que leer «La segunda revolución» de Costa Alcalá?
Porque tiene un sistema de magia genial.
Dicen sus autores que la idea inicial de La segunda revolución salió de una partida de rol y eso se nota en la diversidad de poderes que tiene cada familia. Porque sí, antes de la Revolución había diez familias (Tierra, Agua, Aire, Escudo, Ilusión, Azar, Fuego, Rayo, Aura y Dominio), una por poder. Después de la Revolución, solo quedaron ocho (o eso parece). Aura ya no existe y los Dominio, los miembros de la Familia Imperial, solo son un mal recuerdo para los apacibles ciudadanos de Blyd.
Los estudiantes del Liceo, llamados a formar parte de la respetable Guardia de Blyd, se entrenan para proteger que ese equilibrio no se rompa aprendiendo a dominar no solo su familia sino también las de los demás, pero resulta que las dos familias desaparecidas no lo están del todo.
Porque su ambiente es totalmente atemporal y podría pasar en cualquier momento.
El lugar donde se desarrolla la acción tiene elementos de varias épocas y eso consigue un decorado de lo más curioso. Pero al mismo tiempo es rabiosamente actual y te das cuenta de que es aplicable a cualquier conflicto político. Una de las cosas mejores que tiene la trilogía de La segunda revolución es ese telón de fondo, en el que se hilvanan con puntadas finas las intrigas del poder.
Es una novela coral que empieza en un mundo posrevolución y está perfectamente documentado el ambiente que se respira en los frágiles años del principio del orden, como el que tenía España después de la dictadura. Un mundo lleno de detalles que se abre ante tus ojos y que dan ganas de recorrerlo de cabo a rabo.
Porque sus temas son increíbles
La lucha entre el bien y el mal, la pérdida de la libertad, cómo el sistema político se corrompe y la lucha de los más desfavorecidos son —como he dicho antes— telón de fondo, pero el tema principal de la trilogía es la amistad. Como los amigos pueden hacernos cambiar y lo importantes que son en nuestro camino. Lo mismo que lo fundamental que es quererse a sí mismo para poder querer a los demás. No importa de dónde vengas, puedes ser tú.
Porque los personajes están perfectamente trabajados
Una de las cosas que hay que destacar es la complejidad de los personajes. Aunque sí que hay algunos más buenecitos y otros más malos que la peste, el grueso de los personajes es gris, con matices, humanos, se equivocan y erran, incluso hacen chistes pésimos que te dan ganas de matarlos (ay, Lórim, ay). Las chicas no son damiselas en apuros que se cuelgan tóxicamente del primer maromo que pasa y los chicos no contienen las lágrimas porque eso de llorar se ve feo. Las relaciones entre ellos, entre los estudiantes, son normales. Como las que vemos en el mundo real. Y representativas. Me encanta ver cómo se relacionan, se tocan, se abrazan, se respetan.
Yo quiero un Vann en mi vida. O un Lórim a pesar de los chistes. Me da lo mismo.
Porque tiene un sentido del humor muy fino
Detrás de los diálogos, de las situaciones, de personajes magistrales como el del detective Brynn, está un profundo sentido del humor, muy fino, un humor inglés maravilloso que hace que la novela enamore aún más.
Porque Fer y Gèorgia son un amor
Pero además, es que los autores son dos amores que relumbran más que el sol, que se han currado mucho una web con contenidos complementarios a esta maravillosa historia. Y tienen hasta una reseña musical de las de Pablo Ferradas.
Es muy difícil escribir una trilogía sin que alguna de las partes tenga un ritmo más lento, o sea menos enganchante que las demás. Le pasó incluso a Tolkien. Pues ellos lo han conseguido. Con eso te digo todo. Que te la tienes que leer, vamos.