Sí, la magia no existe. Escribo esto después de haberme levantado a las siete de la mañana. Con un café en las manos, he escrito un artículo de no ficción para una agencia con la que trabajo puntualmente, y luego me he puesto manos a la obra con una novela que no estará lista hasta dentro de dos años y, más tarde a corregir otra, que espero que salga en febrero. Después de hacer la comida, he dedicado una hora a contestar mails y comentarios y de nuevo a escribir. Este post. De la mañana a la noche, si te fijas prácticamente todo lo que hago es escribir. Hoy me han salido ampollas en el pulpejo de los dedos de la mano derecha. Te cuento todo esto, no para que sientas pena por mí o porque quiera radiarte mi vida que supongo que no te interesará lo más mínimo, sino para compartir algo que me parece que un escritor debe saber antes de plantearse ser profesional:
La magia no existe
No hay un momento mágico de inspiración en el que todos los astros se alinean y tus personajes te poseen como si fueran un highlander desaforado. Solo hay trabajo, trabajo y más trabajo. Y sí, es genial cuando terminas una novela (como me pasa a mí ahora con Proyecto Bruno: una novela juvenil romántica), u otros proyectos que están moviéndose como pelotas de malabarista y aún no sé dónde van a caer, encuentran su sitio y puedes dedicar tus esfuerzos a terminar otros. Pero eso no es magia. Si no sigues trabajando, produciendo, todo se cae. Es como si andaras en bicicleta; la única forma de avanzar es seguir moviéndote.
La semana pasada leí este artículo sobre el oficio de escribir en el blog de César Mallorquí. Me encantó porque habla de ese movimiento adelante, de ese trabajo baldosa a baldosa que forma la vida de un escritor. No importa si te encuentras o no preparado, no importa si eres o no el mejor en Amazon o si tienes reseñas en Goodreads, lo único que importa es mejorar escribiendo. Y currar mucho para llegar a tus lectores. Cada paso es un riesgo, un vaivén de la bicicleta. Y cuanto más novato eres, más posibilidad tienes de caerte del sillín.
Escribir es como montar en bicicleta
Cuando era pequeña, después de ver ET, me di impulso con la bicicleta (la de verdad) en la cuesta que bajaba de mi casa y volé por encima de la carretera en la que terminaba. Como puedes suponer, me estrellé en el barranco —con bicicleta incluida—, afortunadamente en medio de las ramas de una higuera. Sí, no fui nunca una niña fácil (con razón dice mi padre que le alegra que me haya tocado un terrorista por hijo).
Ahora me siento igual que cuando tomaba impulso al inicio de esa cuesta. Sé que puedo caerme y que hay una pequeña —ínfima— posibilidad de volar. Pero ya no soy una niña y sé que la magia no existe. Correr riesgos, sí, pero con malla de seguridad debajo.
Cada paso en este incierto camino de baldosas amarillas es valioso, enseña una lección, un progreso. No es importante si acabas de quitarte los ruedines de la parte posterior o eres el amo de la mountain bike. Siempre te quedan cosas por aprender. No hay magia en esto de la escritura. Solo estás tú y tu esfuerzo.
Pedalea.