Reseña de «La deriva», de José Antonio Cotrina

Si me sigues desde hace tiempo, sabrás que Cotrina es uno de mis autores de fantasía juvenil preferidos. No solo porque me parece que tiene una imaginación prodigiosa y tremendamente original, sino porque su prosa es una joya.

«El crepúsculo se estaba convirtiendo en noche. En las alturas comenzaba a dibujarse una media luna tumbada que parecía la sonrisa de un ser hecho de nubes»

Tenía, además, mucha curiosidad por leer este libro porque en la master class de la plataforma de MOLPE que dio José Antonio Cotrina sobre ficción postapocalíptica habló sobre uno de los personajes que más le había costado escribir: era el protagonista de La deriva, un fantasma.

La deriva salió ya hace unos meses entre la vorágine de trabajo de noviembre y diciembre y no había podido hacer la reseña en el blog hasta ahora. Además, se juntó con la reedición de El ciclo de la luna roja (por favor, léelo) del que hice reseña para Libros Prohibidos. Leerla, sí que la leí casi al segundo de salir al mercado. Y me la compré directamente en papel, porque sé que es de esos libros que releeré, pero ya para saborear las frases que son como caramelos de palabras.

«El fin del mundo fue de un verde intenso, majestuoso, como si la realidad entera se transformara en esmeralda».

La realidad en el momento menos inesperado puede dar un giro de 180 grados y tu vida puede desplomarse tras una pared. La novela empieza con la aniquilación de muchos seres humanos por bombas nucleares. Daniel, abrazado a su gato Sherlock, ve venir la muerte, pero no le da tiempo a huir y se transforma en fantasma, en un alma a la deriva porque lo normal es que el alma vaya «al otro lado», pero hay veces que queda atrapada en el plano de los vivos y es incapaz de ascender. Se dice que quedan atrapadas aquellas almas que tienen una muerte traumática, así que la explosión de una bomba nuclear hace que la ciudad de Daniel quede llena de fantasmas.

Estructura de La deriva

El libro se separa en dos partes: el libro de los muertos y el libro de los vivos. En la primera, se desarrolla el worldbuilding de este mundo fantasmal en el que coexisten miles de almas alimentándose de flores de hueso y unidas firmemente al último resto físico de su cuerpo por hilos tan finos pero tan resistentes como las telarañas.

Esta primera parte está cargada de una magia y una poesía infinitas y he de decir que la disfruté mucho más que la segunda, que es más trepidante y llena de aventuras a medida que el ritmo de la novela va in crescendo. También está repleta de seres monstruosos muy «cotrinescos» (permíteme inventarme esa palabra), algunos tan maravillosos como el temido Rey Cráneo.

La muerte, o mejor dicho, la privación de todas esas cosas que forman la vida —los sabores, el tacto, los olores, el tiempo, los recuerdos— está tratada de forma exquisita en el libro de los muertos. Pero también la parte del que se queda mientras ve cómo el otro se desvanece sin poder luchar o hacer nada.

«Quedó convertido en una figura de humo; la cabeza inclinada sobre el pecho y una sonrisa mínima en los labios (…). El silencio que sobrevino a la canción fue demoledor»

Cotrina y sus monstruos

Cotrina se ganó en redes el hashtag #MalditoCotrina por sus giros inesperados entre los que estaban la muerte de sus personajes, pero pensé que como este protagonista ya estaba muerto, ese pequeño problema estaba resuelto. Error. Porque entre la fauna y flora que puebla el libro de los muertos, están unos seres devoradores de almas descarriadas: los turbios, que vienen a ponerte el corazón en un puño cada dos por tres.

El punto de inflexión entre el libro de los vivos y de los muertos lo marca el amor. El amor lo cambia todo, incluso la muerte. El libro de los vivos tiene un elenco de personajes magnífico, muy rico, como el gran Makena Ba y el ritmo es más rápido. Daniel se mete en fregados que no os voy a contar para no haceros spoilers, pero que te van poniendo el corazón cada vez más en un puño.

El final del libro es espectacular. Una idea que da la vuelta a todo, original e impactante. Una guinda perfecta.

Si has leído antes a Cotrina, este libro va en la tónica de El ciclo de la luna roja o de La casa de la colina negra. No es tan oscuro como Crónicas del fin (que no es juvenil, sino adulto) ni tan sangriento como La canción secreta del mundo. Pero es puro Cotrina.

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