Fui una niña muy tímida, aunque no lo parezca. Me gustaba más conocer gente a través de las páginas de un libro que cara a cara. Por lo tanto, mi primer amor fue literario. Literalmente. Me enamoré de Pete Crenshaw, el muchacho atlético de “Alfred Hitchcock y los tres investigadores”, una serie de libros juveniles de misterio que fue editada en España por Molino y que aun conservo como oro en paño. La imagen de Pete, tal y como yo lo imagino, con sus largas piernas y la nariz cubierta de pecas, ensombrecidas por el flequillo despeinado, sigue anclada en mi mente como el primer amor.
Afortunadamente, tanto en la vida real como en la literaria, volví a enamorarme. Y la sonrisa de Pete Crenshaw fue olvidada por la intrepidez de Ivanhoe y éste por la sonrisa de Tom Sawyer. Atreyu me enganchó de por vida a la literatura fantástica. Aragorn me hizo mujer.
¿Quién no se ha enamorado de un personaje literario? ¿Alguna ha sido capaz de no ablandarse ante Fitzwilliam Darcy diciendo aquello de he luchado en vano, pero ya no puedo más. Soy incapaz de contener mis sentimientos. Permítame que le diga que la admiro y la amo apasionadamente ? Si yo hubiera sido Elizabeth Bennet se me habrían caído las bragas.
El problema es cuando queremos que los personajes, como si estuviéramos en Corazón de tinta, traspasen el papel y sean reales. Es el peligro de libros como Cincuenta sombras de Grey. Que tienen efectos secundarios. Grey es un millonario joven, guapo, impecablemente vestido, que proporciona a la sosa de la Anastasia 5 orgasmos al día. Con un pequeño defectillo de nada: que le gusta zurrar a su pareja.
Creo que el gran éxito de Cincuenta sombras de Grey se basa en eso: en que miles de mujeres se han enamorado de este tipo. Enamorado de verdad, hasta las trancas.Un flechazo lector de un tipo que habla francés, toca el piano y viaja en jet privado. Y que además no huele mal nunca ni ronca porque no es real.
Sigo enamorándome en cada novela. Por un momento, vuelvo a sentir el latir rápido del corazón de los preliminares, de las miradas del coqueteo inicial. Pero al cerrar el libro, vuelvo a mi vida. Y doy gracias porque al levantar la vista otros ojos me devuelven la sonrisa.