Ser madre de familia, madre trabajadora (anestesista, clínica del dolor, community manager y cursos de escritura) e intentar escribir en un año una novela y media es de lo más complicado, como podréis adivinar.
Una está en medio de una lucha entre un dragón azul y una Sanadora, metida hasta la cintura en el aire cenagoso de los Pantanos de las Tierras Blancas, a años luz de la compra, la lavadora y la cena de la noche, cuando un mocoso de 9 años te abre la puerta (Sí, esa que Dolores Redondo dice que hay que dejar cerrada siempre) y te hace descender a la cruda realidad de un problema de Matemáticas en el que el padre de Pablo compra 40 pelotas por un tercio de lo que le cuestan a la madre de Martina. Y te da por pensar en que por qué no es la madre de Martina la que obtiene mejor precio en la compra. Y que ya te está saliendo el feminismo sin venir a cuento. Pero cuando decides volver al teclado, entra la otra mocosa de la casa para pedirte que vengas a ponerle la alcachofa de la ducha en su sitio que ella no llega. Y te levantas, vas al baño, te das cuenta de que no hay champú, así que vas a buscarlo y se lo llevas. Y en estas, el dragón azul y la Sanadora te miran como diciendo que qué pasa con ellos. Y tú te encoges de hombros y respondes: “No sois vosotros, soy yo”.
Una está en medio de una lucha entre un dragón azul y una Sanadora, metida hasta la cintura en el aire cenagoso de los Pantanos de las Tierras Blancas, a años luz de la compra, la lavadora y la cena de la noche, cuando un mocoso de 9 años te abre la puerta (Sí, esa que Dolores Redondo dice que hay que dejar cerrada siempre) y te hace descender a la cruda realidad de un problema de Matemáticas en el que el padre de Pablo compra 40 pelotas por un tercio de lo que le cuestan a la madre de Martina. Y te da por pensar en que por qué no es la madre de Martina la que obtiene mejor precio en la compra. Y que ya te está saliendo el feminismo sin venir a cuento. Pero cuando decides volver al teclado, entra la otra mocosa de la casa para pedirte que vengas a ponerle la alcachofa de la ducha en su sitio que ella no llega. Y te levantas, vas al baño, te das cuenta de que no hay champú, así que vas a buscarlo y se lo llevas. Y en estas, el dragón azul y la Sanadora te miran como diciendo que qué pasa con ellos. Y tú te encoges de hombros y respondes: “No sois vosotros, soy yo”.
Todas estas interrupciones constantes acaban con la inspiración de cualquiera. Así que últimamente lo que hago es levantarme muy pronto por la mañana y aprovechar esas dos horitas en las que la casa está completamente en silencio y los otros tres (cuatro, si contamos a Coque) miembros de mi familia roncan a pierna suelta.
Es increíble lo rápido que se me pasa el tiempo entonces. Esas dos horas pasan en un suspiro. Y también doy un suspiro cuando termino porque sé que hasta el día siguiente voy a tener que dejar de lado a Flamia y a Zack, los protagonistas de las Tierras Oscuras. Sin remedio. Que voy a tener que teletransportarme desde las Tierras Oscuras a mi brillante realidad, en la que me reclaman.
Hasta el día siguiente, en el que vuelva a ser una escritora de mañanas.