Me tiemblan las escamas de verte tan hermosa
¡Cómo me gustaría dejar de ser un
monstruo!
Luis Alberto de Cuenca
XLtl-1 deslizó la mano por la superficie tosca de la pared, buscando una grieta. Golpeó con los nudillos en una zona en la que la pintura se descascarillaba. Y el corazón le dio un vuelco al comprobar que sonaba a hueco. Arañó las capas más superficiales y, pronto, pudo palpar un reborde más duro. Debajo de la pintura había algo. Conteniendo el aliente, sacó el cuchillo y hurgó en el bisel. Un pedazo de material de la pared cayo al suelo con gran estrépito levantando una nube de polvo. XLtl-1 se quedó petrificado en la oscuridad. Solo se oía el ruido de las gotas de flujo al caer sobre el suelo —plop, plop, plop— allá en el fondo. «Hoy era día de suministro de energía», pensó, mientras sus dedos volvían a palpar cautelosos la pared hasta encontrar el tramo dañado. Y al pensarlo ni pudo evitar que un escalofrío le recorriera las escamas de la espalda. Su supervisor ya se habría dado cuenta de que no estaba en su puesto. Y, en breve, la Guardia empezaría a buscarlo. Las leyes del Cilindro eran muy estrictas al respecto. Sin suministro de energía, cualquier habitante del Cilindro estaba en riesgo de contaminarse y de dañar al sistema. XLtl-1 apartó el pensamiento dando un manotazo al aire, como el que ahuyenta a una mosca. Y siguió abriendo la puerta —porque ¡sí!: era una puerta— en el muro. Finalmente, todo el dintel quedó expuesto. El monstruo hizo palanca con el cuchillo y un chirrido de apertura se superpuso al ruido de las gotas de flujo.
Al principio no pudo ver nada. La luz que llegaba del otro lado le deslumbró. Luego, se quedó quieto, muy quieto, hechizado. Porque detrás de la puerta había un cristal. Y detrás del cristal estaba ella. La que había vislumbrado por la grieta del Cilindro aquel día. La que no se le iba de la cabeza desde entonces. Ella no podía verlo. Se pintaba los labios frente al cristal, ajena a aquellos ojos que la devoraban. XLtl-1 alargó una garra para tocarla pero, al rozarlo, el cristal le quemó los dedos. Sintió un dolor taladrante en el brazo mientras su energía se le derramaba como si fuera arena a través del contacto.
—Cariño —oyó que decía ella—, esta bombilla del tocador parece que va a fundirse.
Y luego todo se volvió negro.